Aunque es un tema recurrente, hace ya algunas semanas que pienso en ello más de lo habitual.
Si aquello que más puede ennoblecer a una persona es el trabajo para y por los demás es difícil entender el creciente descrédito que la acticidad política y los políticos están padeciendo de manera exponencial desde hace ya unos cuantos años.
Después de 40 años de franquismo (seguramente la más oscura y sórdida de las etapas que nos ha tocado vivir) la sociedad se repuso y nos dotamos de un sistema democrático y de unas reglas de juego que debían preservar la libertad y la igualdad de oportunidades. Quién podrà estar en contra de ésto o de aquellos que han de velar por su cumplimiento? Quién, en su sano juicio podría estar en contra de los políticos, que dedican una parte de su vida a trabajar por el interés público?...
Hoy, sin embargo, cada vez menos gente confía en los políticos y en el sistema. Los índices de participación son, en ocasiones, escandalosamente bajos hasta el punto que se pueden tomar decisiones concretas o gobernar con apoyos populares que no superan el 15% del electorado posible.
Se está produciendo una desafección creciente de los ciudadanos hacia la política y los políticos. Este fenómeno debería ser objeto de reflexión.
Porqué se produce la desafección? es fallo del sistema? es fallo de los políticos? es fallo de las estructuras de los partidos?
El sistema, sufragio universal, elección de los miembros de los parlamentos y plenos de corporaciones municipales bajo las siglas de los diferentes partidos políticos (listas cerradas), es un sistema, a mi modo de ver, excesivamente encorsetado, poco flexible e inaccesible a los ciudadanos que deben depositar su confianza en unas siglas pero no pueden hacerlo en personas concretas como parecería más lógico.
Porqué entonces, a pesar del debate actual sobre las listas abiertas, los partidos no se deciden a dar un paso adelante y acercarse así más a los ciudadanos? sencillamente porque ese escenario debilita las estructuras internas de los partidos. Pone en riesgo el status quo, el organigrama, el esqueleto y los poderess internos de sus estructuras, las cuales, paradógicamente, son las que menos han profundizado en la democracia. En la vida interna de los partidos es difícil, muy difícil discrepar... "puede costarte un puesto en la lista" o un cargo determinado tanto orgánico como en alguna institución pública. Así pues se confunde con frecuencia, lealtad con sumisión ciega, en la que la estructura basa su poder y por lo tanto, también su garantia de influencia y bienestar personal.
Es evidente pues, que un sistema de listas abiertas, libera a los políticos de esa parte de sumisión a las estructuras de los partidos y por lo tanto, todo lo positivo que representa (mayor libertad, mayor implicación del político que depende directamente de sus compromisos y programa contraido con la ciudadania que le ha votado a título personal) es precisamente lo que constituye un peligro mayor para las estructuras políticas y para sus dirigentes.
Los políticos también tienen mucho que ver. La actividad de la política (transitoria por naturaleza) debería desempeñarse por personas con clara vocación de servicio público. Ésto que parece una obviedad, no siempre es así (como sinó podría entenderse muchas carreras políticas de 20, 25 o 30 años de duración?). Salvo honrrosas excepciones que, bajo mi punto de vista, deberían considerarse por sus aportaciones, como patrimonio de todos (Maragall, Pujol, González, por citar algunos que nos son más cercanos) no parece lógico que la actividad política se dilate tanto en el tiempo porque acaba dando la sensación, frente a la ciudadanía, que algunos políticos están en política no para servir al interés general sinó para servirse de él.
Vaya por delante que creo en la honestidad de la mayoría de los hombres y mujeres que están en política, pero también creo que en ocasiones no son lo suficientemente valientes como para hacer frente a situaciones que si bien a la larga serán buenas para todos, a corto plazo, y dado el sistema actual, les puede acarrear problemas.
Los medios de comunicación, también tienen un papel protagonista en la situación actual.
La libertad de prensa, a veces comprometida por intereses económicos, por determinadas subvenciones o ayudas, es fundamental, pero igual de fundamental ha de ser el sentido de estado de quienes manejan los medios de comunicación.
Es cierto que en la era de las tecnologias digitales y de la globalización parece extremadamente difícil controlar a los medios, y es bueno que así sea. Sin embargo, sus responsables deben conocer las consecuencias de aquello que se publica y sobre todo, de la manera en que se publica.
Un ejemplo reciente es el tratamiento que se ha dado a los últimos episodios de corrupción ligada al urbanismo o a determinados y destacados dirigentes de algunas instituciones públicas.
Los casos Gürtel, Palma Arena, Pretoria o Liceu nos devuelven a la memoria la operación Malaya y algunos más.
En todos ellos, implicados políticos electos, en algunos de ellos con objetivos de enriquecimiento personal, en otros, sobrevuela la sombra de finaciación ilegal de partidos, pero en cualquier caso, en todos, con mucho ruido mediático.
Una reflexión para todos, especialmente para los medios; Determinados tratamientos de esas noticias, pueden producir beneficios en las ventas, mayores tiradas o índices de audiencia, pero con toda seguridad también contribuyen a crear un clima de crispación, desconfianza y desapego de la política que, lejos de desgastar al presunto/a culpable o a un partido en cuestión, desgastan el sistema, nuestro sistema que deberíamos preservar y mejorar.
Es precisamente en esas situaciones cuando la ciudadanía, aburrida y cansada deja de participar y puede dar más crédito a otras propuestas, a menudo más populistas pero escasamente democráticas.
Apostemos todos por dignificar la política, por fomentar la participación, por abrir las estructuras, por acercar la política a los ciudadanos y por recuperar una imagen pública acorde con una actividad tan noble como es el trabajo por el interés de todos.